El estigma de la madre
lo cargamos toda la vida,
es lo primero que reconocemos
al nacer,
sus ojos son nuestros ojos
y nuestra vida su mirada,
podemos negarla,
podemos odiarla,
pero aún así vive
arraigada en nosotros.
Es el estigma
el que nos nutre,
el que nos habla,
ha de ser el primer recuerdo
que tenemos antes de morir,
en su rostro reconocemos
que es la llave,
que nos permite volver al lugar
de donde venimos.
Solamente,
hay que invocar su nombre
para poder entrar al cielo
y ver por fin a Dios.
Hay que sentir su llanto,
comprenderlo,
o escuchar el recuerdo de su silencio
para soportar la vida.
Esta vida
que nace en ella
y en ella acaba.
lo cargamos toda la vida,
es lo primero que reconocemos
al nacer,
sus ojos son nuestros ojos
y nuestra vida su mirada,
podemos negarla,
podemos odiarla,
pero aún así vive
arraigada en nosotros.
Es el estigma
el que nos nutre,
el que nos habla,
ha de ser el primer recuerdo
que tenemos antes de morir,
en su rostro reconocemos
que es la llave,
que nos permite volver al lugar
de donde venimos.
Solamente,
hay que invocar su nombre
para poder entrar al cielo
y ver por fin a Dios.
Hay que sentir su llanto,
comprenderlo,
o escuchar el recuerdo de su silencio
para soportar la vida.
Esta vida
que nace en ella
y en ella acaba.