Cap. III
La presencia del profesor que habita plenamente su clase es perceptible de inmediato. Los alumnos la sienten desde el primer minuto del año, todos lo hemos experimentado: el profesor acaba de entrar, está absolutamente allí, se advierte por su modo de mirar, de saludar a sus alumnos, de sentarse, de tomar posesión de la mesa. No se ha dispersado por temor a sus reacciones, no se ha encogido sobre sí mismo, no, él va a lo suyo, de buenas a primeras, está presente, distingue cada rostro, para él la clase existe de inmediato…
…Una tarde, en el café donde almorzábamos, le pregunte a una joven colega como le hacía para dominar tanta energía vital.
Primero lo eludió:
-No hablar nunca más fuerte que ellos, ese es el truco.
Pero yo quería saber más sobre el dominio que tenía de aquellos alumnos, su manifiesto gozo por estar allí, la pertinencia de sus preguntas, la seriedad de su atención, el control de su entusiasmo, su autodominio cuando no estaba acuerdo entre sí, la energía y la alegría del conjunto, en resumen, de todo aquello que tan distinto era de la horrenda representación que los medios de comunicación propagan de esas aulas moronegratas.
Sumó mis preguntas, reflexionó un poco y respondió:
-Cuando estoy con ellos o con sus exámenes, no estoy en otra parte.
Añadió:
-Pero, cuando estoy en otra parte, no estoy ni una pizca con ellos.
Su otra parte, en este caso, era un cuarteto de cuerda que exigía de su violoncelo el absoluto que la música reclama. Por lo demás, le parecía que la naturaleza de una clase y la de una orquesta estaban relacionadas.
Cada alumno toca su instrumento, no vale la pena ir contra eso. Lo delicado es conocer bien a nuestros músicos y encontrar la armonía. Una buena clase no es un regimiento marcando el paso, es una orquesta que trabaja la misma sinfonía. Y si has heredado el pequeño triángulo que sólo sabe hacer ting ting, o el birimbao que sólo hace bloing bloing, todo estriba en que lo hagan en el momento adecuado, lo mejor posible, que se convierta en un triángulo excelente, un birimbao irreprochable, y que estén orgullosos de la calidad que su contribución confiere al conjunto. Puesto que el gusto por la armonía les hace progresar a todos, el del triángulo acabará también sabiendo música, tal vez no con tanta brillantez como el primer violín, pero conocerá la misma música.
Hizo una mueca fatalista:
-El problema es que queremos hacerles creer en un mundo donde sólo cuentan los primeros violines.
Una pausa:
-Y que algunos colegas se creen unos Karajan que no soportan dirigir el orfeón municipal. Todos sueñan con la filarmónica de Berlín, lo que es comprensible…
Luego, al separarnos, cuando yo le repetí mi admiración, respondió:
-Lo cierto es que ha venido usted a las diez. Estaban despiertos.
Daniel Pennac.