I.-Amor: Derecho natural.
Medea.
(fragmento)
Ah, pobre Medea: sin ventura, en verdad! ¡Cuando se vio vilipendiada, alzó vibrantes voces y recordó los juramentos, la unión de las manos, símbolo sumo de la unión perpetua, puso a los dioses como testigos de esta forma con que Jasón ha pagado su abnegada conducta!
Y ahora está allí tendida... sin alimento, entregado su cuerpo al dolor, agotando su tiempo entero en lágrimas, desde que se dio cuenta de la injusticia de su marido. No alza los ojos, siempre fijos en el suelo. Émula de una roca, émula de las olas que azotan, nada oye, nada entiende de lo que sus amigos quisieran decirle.
De tiempo en tiempo alza su cuello de color de nieve y llora en silencio a su padre amado, llora su tierra perdida, llora su casa que ella dejó para seguir al pérfido que ahora la traiciona.
Ahora, por fin, con la experiencia entiende el mal que se hace dejando la tierra patria y el dulce suelo de sus padres: ¡Se lo ha enseñado el infortunio! ¡Odia a sus mismos hijos... ni siquiera quiere poner en ellos los ojos!
¿Qué va a hacer? ¡Yo lo temo: algo nuevo proyecta! La conozco. En su ira es arrebatada; no se arredra ante mal ninguno, si lo padece. La conozco y me estremezco... ¿No vaya a ser que ella misma se clave una daga por los hígados? Irá y se tenderá a hurtadillas en su mismo lecho. ¿No vaya a ser que con golpe audaz mate al rey y a su esposo? ¿O acaso una desgracia mayor? Es tremendo su enojo. Quien la halla irritada nunca vencerla puede.
Ah, pero los niños llegan de juguetear... ¿qué les importa a ellos el dolor de su madre? Alma de niño dolores no ama.